“El cuervo” de Edgar Allan Poe. No solamente es una oda al imperioso paso del tiempo, sino también una narración intimista, donde el narrador protagonista se sitúa en medio de la imposibilidad de actuación, ante las tempestades contextuales que lo llevan a hundirse en la amarga depresión.
El romanticismo de Allan Poe con vestido de poesía
Allan Poe es un escritor romántico, cuyo aspecto formal lo lleva a volcarse al arrebato emocional de la trama; hacia el asunto pasional del tema, cualquiera que sea el evocado dentro de su ficción.”
“El cuervo” pone en manifiesto el ya típico decaimiento anímico del un personaje de Poe, aunado a las dudas existenciales que le dan el aporte tétrico, nostálgico y fatalista a su narración.
¿Soledad compartida?
Poe inicia su recorrido solo, y, aunque termine relativamente acompañado (por un cuervo), realmente en el desenlace se encuentra más atormentado y solo que nunca.
El cuervo junto a Palas, Atenea
“(...) antes bendecido con la visión de un pájaro posado en el dintel de su puerta, pájaro o bestia, posado en el busto esculpido de Palas, en el dintel de su puerta con semejante nombre: 'Nunca más'” (Allan Poe, 2008: p. 18).
Alegóricamente, el cuervo va a posarse junto a un busto de Palas Atenea, diosa de la sabiduría, pero también de la guerra.
La mujer inmortal se revela a través de la severa predicción del cuervo parlante: "Nunca más".
Pocos textos han sido tan recordados, pero también tan poco agotados como el memorable poema “El cuervo” de Edgar Allan Poe. No solamente es una oda al imperioso paso del tiempo, sino también una narración intimista, donde el narrador protagonista se sitúa en medio de la imposibilidad de actuación, ante las tempestades contextuales que lo llevan a hundirse en la amarga depresión, sin tener otro remedio que afrontar su ruinosa soledad y su devenir calamitoso.
No perdamos de vista que Allan Poe es un escritor romántico, cuyo aspecto formal lo lleva a volcarse al arrebato emocional de la trama; hacia el asunto pasional del tema, cualquiera que sea el evocado dentro de su ficción. Y en el entramado de “El cuervo”, tenemos un poco del ya típico decaimiento anímico del un personaje de Poe, aunado a las dudas existenciales que le dan el aporte tétrico, nostálgico y fatalista a su narración.
En esta historia de trama simple, el narrador intradiegético protagonista (aspecto muy recurrente en Poe) inicia su recorrido solo, y, aunque termine relativamente acompañado (con un cuervo), realmente en el desenlace se encuentra más atormentado y solo que nunca. Por otro lado, hablando de la estructura de la narración –visto todo “El cuervo” como una prosa poética–, en el gancho el personaje se encuentra entregado a sus pensamientos en una habitación desolada y melancólica; el conflicto tiene lugar cuando irrumpe en la habitación un cuervo, quien saca de su monotonía al personaje y trastoca su calma: “De un golpe abrí la puerta, y con suave batir de alas, entró un majestuoso cuervo de los santos días idos, sin asomos de reverencia, ni un instante quedo” (Allan Poe, 2008: p. 18). En el desarrollo sucede un extraño diálogo entre el personaje y el cuervo, quien solamente se revela verbalmente con un “nunca más”, mientras el personaje humano realiza cavilaciones más y más hondas, hasta el fondo de sus elucubraciones ulteriores, donde yacen sus tristezas y terrores más profundos; todo esto, a través de un casi monólogo –salvo por las intervenciones esporádicas del cuervo–, que dan cabida al flujo de la conciencia; así el desarrollo es catártico y como una avalancha emocional. En el clímax del relato, el personaje humano se enfada y reclama, pero el cuervo simplemente sigue respondiendo “nunca más”. En el desenlace la fatídica sentencia: el cuervo –simbólicamente– jamás se marchó de la guarida del personaje, por lo cual fue su siempre tormento, hasta el final de sus días, cosa triste, terrible y hasta profética.
El valor de esta prosa poética es que, simbólicamente, evidencia cómo el ave de mal agüero entra para siempre en el pensamiento y en el sentir de un personaje humano, quien puede “nunca más” superar una pérdida, un periodo de guardar luto, un decaimiento emocional. Si bien el pretexto denotativo de la tristeza del personaje es la pérdida del ser amado (Leonora), más tarde se confirma que, en lo connotativo, el personaje muestra un desencanto por el mundo exterior; así, opta por el recogimiento y por la habitación íntima, en donde puede recrear los momentos gratos, pero también los desgraciados, pues finalmente “la vida” trae consigo a “la muerte”. El personaje toma la decisión de homenajear las memorias y momentos bien amados, a cambio de abandonar su paz y regreso al mundo exterior. El quedarse encerrado en la habitación es toparse constantemente con las memorias semiamargas, y luego lacerantes, pues la muerte es algo inevitable y el “nunca más” jamás se podrá superar.
Alegóricamente, el cuervo va a posarse junto a un busto de Palas Atenea, diosa de la sabiduría, pero también de la guerra… la guerra interna, la lucha interior. Luego se dice, en el contexto, que el cuervo debe tener procedencia de una ribera plutónica, siendo que este adjetivo calificativo nos remite al paisaje mortecino y subterráneo, donde mora Pluto, dios de los muertos, en la tradición romana. Referentes tan singulares remiten a connotaciones vastas: por un lado la dura y trágica sabiduría o resignación de aceptar lo que ya no tiene remedio: la muerte del prójimo, del ser amado y la agonía de seguir con vida, cuando lo que se quisiera es morir, al hallarse sin compañero de camino y sin derrotero, en el vaivén incómodo de la vida mundana; por el otro lado, está el halo mítico que le imprime Allan Poe a su personaje, el cuervo, cuando lo revela como un mensajero del más allá, alguien proveniente de un paisaje escatológico, en donde sólo se puede ser portador de las malas nuevas, donde sólo se puede ser el emisario fatídico de un “nunca más”.
Sin más, muchos nos hemos sentido parte del escenario melancólico y mortecino, que plantea Allan Poe, a través de su personaje; muchos hemos sentido delirante empatía con ese estado de conciencia, entre culpa, decaimiento y agonía, que manifiesta el personaje humano, tan abatido y poco acostumbrado a ese “nunca más”, que pronuncia el cuervo, su compañero lacónico, en esta pesadilla. Allan Poe hace de su poema algo trascendental, cuando apuesta a una profecía imperecedera, como ese “nunca más”, pronunciado por el cuervo, quien es recordatorio del paso del tiempo, del paso de los bellos momentos, de la noción de que la felicidad apenas es un bostezo, mientras tanto, seguimos muriendo de a poco, lentamente, en la desolación de una tristeza callada, en la imposibilidad de parar nuestro reloj personal, hasta que cese de hablar ese cuervo visitante, hasta que nuestra alma descanse de escuchar ese lúgubre y sofocante canto ¿a la vida?, el cual tan solo confirma nuestra pequeñez y nuestra imposibilidad, ante su reticente “nunca más”.
Fuente consultada:
Allan Poe, Edgar. Narraciones extraordinarias. México: Editores Mexicanos Unidos, 2008.
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